Lugar: Madrid
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"Había asistido a la representación de “Pedro y el capitán” de Mario Benedetti en el Teatro Olimpia, en Lavapiés. La obra me impresionó y algunos fragmentos del diálogo entre los dos personajes se repetían en mi cabeza: “Cuando uno está vivo, quiere seguir viviendo, y eso es siempre una tentación peligrosa. En cambio, la tentación se acaba cuando uno sabe que está muerto”. Unos días después decidí comprarme el libro para releerlo con calma. Los libros nunca han sido baratos por lo que debí invertir mi paga de la semana en él. Por aquel entonces yo tenía dieciséis años.
Pasado un tiempo, un amigo de la pandilla, “Cata”, (no recuerdo su nombre, sólo el apodo), me lo pidió prestado. Un par de semanas más tarde, al devolvérmelo, me dijo: “He señalado algunas palabras que no entendía”. No me extrañó ya que el autor, al ser uruguayo, utilizaba expresiones y vocablos que no empleamos aquí.
Cuando abrí el libro no me costó mucho dar con las palabras en cuestión porque ¡las había subrayado en bolígrafo azul! Picana, clande, botija, casalito… emergían de las páginas que las albergaban cabalgando sobre un brillante riel color ultramar. (En mi familia los libros eran sagrados: no se pintaban, ni se recortaban, ni se doblaban las esquinas de las hojas para señalar por donde continuar leyendo; eran un bien a disfrutar, mimar, conservar y transmitir). Tardé más de un minuto en poder articular palabra.
¿Qué si me enfadé? Muchísimo.
¿Le volví a prestar algún libro? Jamás.
Han pasado treinta años. “Pedro y el capitán” continúa en mi poder y cada vez que lo abro no puedo dejar de conmoverme al toparme con el puñado de trazos azules que lo decoran. Sigo prestando libros pero, desde entonces, siempre sugiero amablemente que los traten con el mismo cuidado con que yo lo hago."
No sabes cómo te entiendo. Eso de pintar un libro que te han prestado me parece muy mal. A mí también me enseñaron que los libros eran sagrados. Por eso no suelo prestar libros, los recomiendo.
ResponderEliminarEs una catástrofe que pinten los libros. Cono mucho en lápiz y ya es mucho decir. La última vez que presté un libro a mi suegra, tuve que recordarla que en mis libros no se dobla la parte superior de la hoja. Y a mi sobrina que se subraya en lápiz. Los libros son más que sagrados. Cada uno es especial y por ello hay que respetarlos, sean para estudiar o leer.
ResponderEliminarEso si, menos mal que todavía quedamos personas así, para cuidar de ellos y enseñar a los demás a hacerlo.