2 de octubre de 2014

LIBRO PRESTADO: ANÉCDOTA CUATRO

Nombre: Patricia Millán
Lugar: Bilbao
Web: http://relatosenconstruccion.com/

 
  "¿Cuál ha sido vuestro momento de mayor sequía lectora? Todos hemos tenido alguno a lo largo de nuestra vida. Creo que un lector nace, no se hace. La afición por la lectura parece impregnar nuestros genes, impulsa a entrar en cada librería y cada biblioteca de cada ciudad, villa o pueblo que visitas. Yo al menos así lo hago. 
    En mi caso, mi mayor periodo sin leer, o más bien, la etapa en que menos leí, porque parar, lo que se dice parar, no he parado nunca, fue en la universidad. Elegí una carrera de ciencias. Mal. Y además, una ingeniería. Peor. No elegí telecomunicaciones. Vale, eso me salvó. Me pasé cinco años (gracias mamá por hacer de mi una empollona) leyendo manuales de física, química, resistencia de materiales, conducciones, electricidad y demás. La peor lectura que os puedo recomendar. Sobre todo, teniendo en cuenta que la mayor parte de las traducciones son sudamericanas. Y por mucho que todos hablemos castellano, os aseguro que no es el mismo idioma.

    Y toda esta introducción viene a cuenta de que mi momento libro perdido sucedió precisamente durante los años de universidad. No seáis impacientes. La historia es normalita, pero estoy siguiendo el hilo de mis pensamientos. 

    Hay otra cosa (además de manuales escritos en un castellano ininteligible) que se suele encontrar en la universidad: los grandes amigos. Los de verdad, los de "para siempre". Aunque sin juramento de sangre ni nada de por medio. Duran más que los del instituto y mucho más que los del colegio. Al fin y al cabo, hemos seguido líneas de estudio parecidas, optamos a los mismos puestos de trabajo, al menos al principio, antes de que cada uno se especialice por su lado... Lo sé, hay cientos de excepciones, tal vez miles, incluso millones. Pero como generalidad tampoco creo que esté tan equivocada. 
    Yo hice un gran amigo. Uno que sigue siéndolo. Al que le dejo abrazarme cada vez que nos vemos. Es que soy de mantener intacto mi espacio personal. Al que le permito llamarme "Patri" con una sonrisa en la cara. El resto no se atreven. Hacen bien. Mi nombre no es horroroso, pero el diminutivo me repatea los intestinos. Y no sé poner cara de póquer. 
    No sé por qué nos hicimos tan buenos amigos, porque no tenemos demasiado en común. Tal vez la afición por el cine de intriga y el gore. El gore bueno, se entiende. En el que te ríes de lo absurdo que resulta todo y del ruidito del compresor cuando expulsa la tinta roja que simula ser sangre y que se oye de fondo. Desde luego la lectura no es algo que nos una, pero de vez en cuando me recomienda algo, o yo a él y, si coincidimos, compartimos impresiones.
    Por eso me hizo especial ilusión el día que apareció con un libro bajo el brazo. Era un regalo de su hermano mayor quien, a su vez, lo había recibido de su padre. Una edición ya desaparecida, de hojas amarilleadas por el tiempo y sobrecubierta rasgada en algunas esquinas.
    Lo guardé como un tesoro en mi bolso y le prometí empezar a leerlo ese mismo día. Lo hice por dos razones: la primera, porque no me gusta deber nada a nadie. Eso se refiere al dinero, por supuesto: las deudas hay que saldarlas lo antes posible. Pero también incluye las cosas prestadas: hay que devolverlas pronto y en el mismo estado en que te las dieron, o incluso mejor. Y la segunda razón es que su recomendación había despertado mi curiosidad. 
    Lo leí, creo recordar que me gustó, y lo llevé al de unos días a la universidad, con ánimo de devolvérselo. Lo dejé en la pequeña balda bajo el pupitre durante una clase en la que no coincidíamos.  No recuerdo el motivo, pero seguro que pensé que ahí estaría más seguro y protegido que en el suelo dentro de mi bolso, donde me arriesgaba a que fuera pisado, chutado, bañado con Coca-Cola o algo peor. 
    Y sucedió lo que todos suponéis: me fui de clase sin coger el libro. Y no me acordé de él hasta un par de horas más tarde, cuando vi a mi amigo en la cafetería a la hora de comer.
    Por supuesto, volví corriendo a buscarlo. El aula estaba cerrada y tuve que recurrir a un conserje para que me abriera la puerta, pero nada: el libro había desaparecido para siempre.
    Mi amigo se llevó un gran disgusto, era evidente, a pesar de que disimuló lo mejor que pudo para no agobiarme más de lo que ya estaba. Lo intenté todo: busqué en librerías, bibliotecas, en internet... pero no fui capaz de encontrar otro ejemplar. Hubiera pagado el doble, el triple o hasta diez veces más. 
    Sólo me queda la esperanza de que, suponiéndolo un libro de bookcrossing o similar, haya tenido la oportunidad de ser leído y disfrutado por un montón de gente.

    ¿Sabéis qué es lo peor? Que no consigo acordarme del título del libro. Nada. Llevo días dándole vueltas para escribirlo aquí, para contároslo, pero no hay forma. No recuerdo ni el titulo, ni el autor, ni si era de tapa dura o tapa blanda, ni la editorial, ni tan siquiera el color de la portada.
   Resumiendo: yo, Patricia Millán, confieso que perdí el libro de un gran amigo. Y aún siento vergüenza por ello". 

4 comentarios:

  1. Me ha encantado tu anécdota, Patricia. Yo soy de la opinión de que las cajoneras de las mesas son un invento del diablo... ¡la de cosas que se habrán perdido allí!
    En mi caso no perdí un libro, sino un estuche lleno de bolis que adoraba, todo sea dicho, y con un pen que contenía mi vida en todos los formatos imaginables; CV, apuntes de la carrera, fotos... Vamos, que el/la que lo encontrara se pasaría un buen rato a mi costa...
    Espero que tu amigo no te guarde rencor por ello, está visto que ninguno/a somos inmunes a este tipo de despistes! ;)

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    1. ¡Hola Vero! Por suerte, creo que no me guarda rencor (a lo mejor incluso ni recuerda la anécdota y sólo me afectó a mi). Siento mucho lo de tu pendrive, es una faena.
      Un abrazo,

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  • Maria Garcia Fernandez2 de octubre de 2014, 18:33

    Hola Patricia, muy buena anécdota :) ¿Por casualidad sigues teniendo contacto con ese amigo? Me encataría saber si él se acuerda del título del libro. Besos

    Por cierto Vero, llama la atención que no comentes tu aprecio por el Pen Drive en sí ;)

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  • ¡Hola María! Gracias! :D Sí, la verdad es que sigue siendo uno de mis mejores amigos. Justo hoy ha leído la historia. Creo que le ha gustado, aunque claro, eso tendría que decirlo él ;)
    Un abrazo,

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